Cosmopolitanismo y lucha de clases

La globalización neoliberal ha querido dar el golpe de gracia a la lucha de clases presentando como uno de sus grandes logros el cosmopolitanismo. Olvidémonos de las condiciones que determinan nuestra capacidad de decisión individual por ser sujetos sin medios a nuestro alcance para reproducirnos (por tanto atados a la relación del empleo) y abracemos el “do it yourself” versión neoliberal. Todo el mundo, está a nuestra disposición, sin fronteras, la única condición para poder disfrutar de él es nuestra capacidad individual de hacer méritos para alcanzar el éxito.

Esta presentación del contexto actual, guarda dos trampas o ejercicios ideológicos constantes, sistemáticos que empañan nuestra concepción de la realidad

El primero es la noción de cosmopolitanismo. El cosmopolitanismo es la integración de lógicas culturales diversas a una misma matriz de funcionamiento colectivo. La relación en relativa horizontalidad de las diversas cosmovisiones, ideas fuerza y sistema de valores que pueden co-existir en una sociedad compleja que genera una matriz cultural diversa, pero mutuamente empática, conoscente  para con quienes funcionan bajo lógicas simbólicas diversas. Al margen de determinar si se trata de un horizonte histórico deseable o no, lo evidente es que en el actual contexto de desigualdad generada por la lógica de funcionamiento capitalista esto es imposible:
-Por que la relación de horizontalidad, de intercutluralidad y de hermandad cultural tiene como condición de posibilidad la relativa igualdad económica (de posibilidad de de autodeterminación cotidiana) de los sujetos colectivos que incorporan las diferentes lógicas culturales de acción. ¿Están en las mismas condiciones los inmigrantes subsaharianos de Irún de integrar sus lógicas de acción en el funcionamiento general de la villa que los acomodados capitanes del alarde? Si aceptamos que comprar mercancías con sello africanista en un mercadillo por parte de un irunés al uso no es muestra de cosmopolitanismo, es evidente que no.
-Porque el capitalismo globalizado empuja para generar mercados homogéneos (en términos jurídicos pero también culturales) donde poder maximizar la inversión. Así, la difusión mundial del american way of life es una estrategia cultural, política y económica. Cultural, porque pretende sintonizar la subjetividades de diferentes colectivos y pueblos del mundo, para que el proyecto de hegemonía imperialista del capitalismo norteamericano sea “lo normal” y por tanto no contestado. Es lo que Esther Ceceña llama la “dominación de espectro total” que aspira a construir sistemas de valores y subjetividades acordes al proyecto de dominación capitalista (hasta ahora pilotado por los yankis desde la II. Guerra mundial), introduciendo así el control en la propia subjetividad individual (no hace falta represión, es más barato). En esto, Hollywood y el nuevo fenómeno de series (Netflix es un buen ejemplo) actúa como punta de lanza (con el soporte de internet) del cambio cultural. Así, lo que esconde el tan manido cosmopolitnanismo es la vieja trampa del falso universal. Es decir presentar como “común” un lógica de funcionamiento, un sistema de valores culturales que es en verdad una particularidad histórica: el american way of life, un cultura de mercado. Al margen de que en cada contexto local esto sea recibido de forma particular (generando sincretismos particulares), no cabe duda que toda cosmovisión, lógica cultural ajena al capitalismo yanki, tiene hoy en día que lidiar con la presión uniformadora de este, y resignarse a ser una variante particular de la misma lógica impuesta.

Es una estrategia también política, porque no hay mejor dominación que la que asumen los dominados. Y es una estrategia económica, porque ayuda a generar mercados homogéneos en los que las grandes multinacionales yankis (y no yankis) pueden invertir y producir. La idea de un gran taller y mercado global, implica una homogeneización cultural. A nivel productivo, porque es necesario inculcar la cultura del trabajo asalariado, y esta sumisión como “normal” o aceptable en pueblos y regiones donde no lo ha sido nunca en la historia. A nivel de mercado de consumo de bienes, porque implica la homogeneización de los hábitos de consumo, de los gustos y de la valoración sintonizada de que mercancías son mejor valoradas y cuales no. ¿Os es que se puede entender la expansión de McDonals y su éxito económico sin un cambio de hábitos culturales en lo que se refiere a la alimentación? Y como esta muchos ejemplos más.

El segundo es la machacona idea, el dispositivo ideológico de la complementariedad de clases (que a veces se expresa en en el dispositivo político-cultural de la nación).  “¿Estamos todos en el mismo barco?”. Tal vez si, pero incluso en los barcos hay clases el armador se queda por ser el armador con el 50% de los beneficios de la pesca, el resto se reparte entre los currelas que son sustituibles a diferencia del armador. El Titanic es una buena muestra de lo que guarda la metáfora interclasista, todos en el mismo barco si, pero cuando comienza a hundirse lo botes salvavidas son solo para los más pudientes. Los demás o nos avocamos al caos y la lucha intestina o nos protegemos en el rol del “martir trabajador” (como buenos vascos ¡lo que sea menos gandules!) y seguimos tocando la misma sonata hasta el final (como los mártires musicales del gran buque) aún a sabiendas de que el barco se hunde. Si ha de venir el caos por lo menos que sea con gusto estético.

Pero no, no vamos en el mismo barco. La relación trabajo-capital es un antagonismo insalvable, porque uno vive gracias al otro. El famoso “capital” que todo el mundo usa (pocos con conocimiento concreto de a que se refieren) es un proceso, un proceso en el que la materia prima de acumulación, lo que se apropia y genera riqueza es, si señoras y señores nuestro trabajo, nuestra capacidad humana de crear riqueza en trabajo asociado. No obstante, para poder trabajar y crear riqueza hacen falta tres cosas por lo menos: Naturaleza, energía humana y medios de producción (herramientas, infraestructuras, planes de organización de recursos, etc.)

La base de toda riqueza material es la naturaleza (directa o indirectamente) e inmersos en esta rueda demoníaca que solo puede ir cada vez más rápido nos la estamos cargando (hemos llegado ya a un punto de no retorno). La segunda, es una capacidad inherente del ser humano, que unida a su capacidad cognitiva y capacidad de cooperación, de organización social de procesos de trabajo complejos es capaz de crear riqueza con un potencial mayor que cualquier especie animal (por su capacidad cooperativa y el hecho que cada individuo no tenga que producirse su propia subsistencia). Y la tercera, la tercera guarda cada vez más importancia con el desarrollo tecnológico, la división del trabajo en compartimentos cada vez más específicos (proceso de producción cada vez más social mediado por la tecnología) y la economía de mercado (en la que prácticamente nadie consume lo que produce). Y aquí está la madre del cordero, el punto por el que la relación trabajo-capital es un antagonismo irreconciliable: No todas (de hecho una minoría) poseemos medios para reproducir nuestra existencia material y simbólica. ¿Y entonces que?

Pues entonces, inmersos en un sistema de mercado en el que todo tiene su equivalencia en el vil metal, no tenemos otra opción que entrar a la captura del dinero para poder subsistir nosotras y las que tenemos a nuestro cargo (¿o es que alguien se sometería a la dictadura del empleo, sus horarios y obediencia si tuviera una cornucopia que le proveyese de lo necesario para vivir? ¿O simplemente si sus necesidades vitales básicas (vivienda, energía, telecomunicaciones, alimentación, cultura, ocio, una renta de uso básica, etc.) estuvieran totalmente cubiertas? Es obvio que no, o que si alguien piensa que si el problema es mas grave porque el imperativo del empleo ha pasado a ser ya un sometimiento auto-impuesto, una patología, un síndrome de estocolmo. Pues eso, que la gran mayoría estamos obligadas a competir en el mercado de trabajo (para que el capital nos considere útiles en su misión de acumulación y nos emplee), y es por eso que nos pasamos cada vez más tiempo estudiando no se sabe que para tener más competencias, más empleabilidad. ¿Pero quién nos emplea?¿Es decir quién nos usa?

Pues aquel que tiene medios para usarnos, aquel que tiene los medios que median entre la naturaleza y la capacidad de trabajo, la energía humana. Aquel que por un proceso de expropiación histórica (que se acelera en con la acumulación originaria) a generado las condiciones para que unos puedan usar la fuerza creativa de otros: los capitalistas o dueños de los medios productivos. “Nosotros nos arriesgamos en la inversión, nosotros os damos empleo (uso, se podría decir que nos dan nuestra misión existencial) y es por ese riesgo que tenemos derecho a forrarnos si nos sale bien” nos dirán. Pero lo cierto es que esto guarda una injusticia flagrante, pues casi nadie tiene las condiciones materiales de “arriesgarse en una inversión”, eso es un privilegio acotado a un sector pequeño de la población, por lo tanto, el privilegio y la injusticia es previo a ese supuesto heroico acto de creación de empleo. Pero el mantra funciona, y así, asumimos, que aquel que ha puesto lo medios para poder trabajar, para poder reproducir nuestra cotidianeidad material tiene todo el derecho a explotarnos, a robarnos día a día parte de la riqueza que generamos y los que es más flagrante, a decidir que vamos a producir y que no, y como lo vamos a hacer dándole el derecho a someternos a su gusto en las 8 horas (o más) que dura el alquiler de nuestra energía humana. En el siglo XIX varios de los promotores cooperativistas de la llamada “república social” se preguntaban como se podía luchar por un sistema político “democrático” y a la vez asumir ese nivel de sometimiento en la esfera del empleo. Esa pregunta hoy no está ni sobre el tapete. La lucha ideológica de los capitalistas lleva ganando muchos decenios ya.

Retomando el hilo de la segunda estratagema ideológica, el hecho es que el “capital” no es más que la acumulación (en la representación de ese gran fetiche que se dice dinero) del trabajo humano. De ese trabajo, que el poseedor de los medios productivos se apropia sistemáticamente del “empleado”. Este puede cobrar más o menos (dependiendo del convenio alcanzado, ganancias de la empresa, etc.) pero la explotación, el hecho de dar al empleado por debajo de la riqueza que este genera en su jornada es la ley básica de la empresa capitalista, se da siempre. Si no hubiera empleo por tanto, y si este no estuviera dominado por los propietarios de los medios de reproducción social, no habría capital. El empleado reproduce cotidianamente al que lo emplea, al que lo somete, dándole por ley una riqueza que lo engorda y lo hace más poderoso. El empleado reproduce tanto el poder económico del capital como su poder social, su poder de mando con cada hora de su jornal.

De esta manera, cuanto más se exprime al empleado más engorda el capital, son pues dos polos de una relación con intereses contraopuestos, desde un punto de vista lógico, con dos misiones antagónicas e irreconciliables. ¿O es que el empleado acepta de buena gana que le devuelvan cada vez una parte menor de la riqueza que genera? Evidentemente no, pero sin capacidad o tal vez consciencia para hacer frente a ello, responde con “no me puedo quejar, hay gente que está bastante peor, y bueno es lo que hay”. No es aceptación ni unión de intereses interclasistas en un mismo barco, es resignación y sumisión ante el miedo y la incapacidad de reaccionar. Dudo mucho que a esto se le pueda llamar colaboración, pues la posición de poder del empleado y el empleador dista mucho de ser horizontal.

Esto es la lucha de clases a mi parecer. Es mucho más que los piquetes, que las huelgas, que las banderas rojas, que los monos azules, que las estrellas rojas las hoces o los martillos. Es más que una fetichización de la revolución que solo guarda los episodios emblemáticos de procesos de más hondo calado como la toma del palacio de invierno en 1917 o la en entrada de las columnas guerrilleras en La Habana en el 59. Es tomar consciencia, de que los desposeídos, por haber sido cada vez más desposeídos, tenemos un margen cada vez más limitado de decisión de como queremos vivir, como queremos producir nuestro contexto vital y el de nuestros allegados y como queremos dar forma a las condiciones que determinan eso que llamamos vida. Tomar consciencia de ello, y pelear por los medios que hacen la vida posible, desde los aspectos materiales a los cultural-simbólicos. Y esto, no se hace solo en las fábricas, en los centro de empleo (aunque por supuesto también). Se hace en las decisiones cotidianas (consumo, ocio, forma de relaciones, urbanismo, elecciones de movilidad, formaciçon, etc.) y en las apuestas colectivas para ir ganando capacidad de decisión más allá de lo que la norma del capital, el imperativo de la rentabilidad máxima, imponga. Es la conciencia de que nuestra capacidad de decisión se está reduciendo a si compramos leche vacuna o vegetal para desayunar, y construir herramientas colectivas para retomar la soberanía cotidiana en todos los aspectos que comprenden ese proceso práctico que es la vida en colectividad.

Recuperando el primer hilo, el cosmopolitanismo trata de presentar de que la era de los grandes colectivos organizados, de las propuestas de emancipación radical, de cambio de paradigma histórico ya se ha pasado, pues como dictaminó Fukuyama tras la caída del muro, la historia se ha acabado en su más perfecta forma: el neoliberalismo de escala planetaria. El individuo inmerso en un mundo en el que las colectividades solo son una opresión a las aspiraciones individuales, tiene todo el mundo a sus pies, solo cuenta con sus méritos para tener éxito en un globo ya pulido, sin fronteras insalvables. Las clases, y las propuestas de nuevos ordenes sociales sin ellas, son vestigios de la modernidad, objeto de estudios de historia para un mundo posmoderno en el que la medida del bien y el mal, reside únicamente en el criterio individual, en el concepto más políticamente inútil del relativismo.

La posibilidad de un verdader cosmopolitanismo, una horizontalidad a la hora de construir la matriz cultural de nuestras sociedades complejas es derribar el capitalismo. Derribarlo pues este utiliza las diferencias culturales para encapsular a grupos culturalmente diversos en subclases que sufren sobre-explotación (subsaharianos, gitanos, latinoamericanos, etc.) y para más inri se apropia de sus “especificidades mercantilizables” para venderlas como muestra del buen gusto cosmopolitan en forma de tejidos andinos o flautas africanas. La condición para la interculturalidad plena es que las personas que encarnar diferentes culturas no estén sometidas por su condición de clase, configurados como ciudadanos de segunda por estar condenadas a la subsistencia sin espacio temporal para la participación político/cultural. Con clases no hay interculturalidad posible.

En un mundo donde el 1% más rico posee más riqueza monetaria que el 99% restanten (como hemos visto por expropiando sistemáticamente el 1% al 99 cada vez con más intensidad), 10 empresas facturan más anualmente que 180 países juntos o en un mundo donde de las 100 entidades del mundo 69 son empresas y no estados (con la correspondiente capacidad económica y política) resulta obsceno, un insulto a las desposeídas decirnos que las clases no existen, o que no tienen importancia en la determinación de nuestra cotidianeidad. Debemos recuperar la consciencia de nuestra explotación estructural de conjunto, aliarnos, conocernos y entrar en acción. Ya lo dijo el magnate yanki Warren Buffet “Por supuesto que hay lucha de clases y los ricos estamos ganando”. Los eternos perdedores tenemos hora de tomar conciencia, ya cada una desde sus espacios de confianza, desde sus inquietudes tomar posición y empezar a equilibrar la balanza, porque está camino de romperse ya, y en el colapso y el caos los pobres tampoco ganamos.

Izokin Gorrien Kofradia

(2018/01/05)

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