AGUIRRE: Icono del matriarcado irunes

fotoDormarx.- La pastelería Aguirre de Irun lleva medio siglo, es decir, casi toda la modernidad alimentando a generaciones enteras de irunesas, e iruneses (por supuesto, no vaya a ser que se nos olvide todo el alarde tradicional). Lo que a primera vista parece una corriente pastelería bombonería, es todo un enclave de la reproducción de la identidad de esta nuestra célebre ciudad.

Es la pastelería a la que a pesar de que muchas de sus recetas son secas, sosas y sin mucha gracia, toda persona de bien, ITV, va a por su opilla el día de la opilla; va a por su rosco de reyes el día de reyes; va a por su milhojas el día de San Marcial; va a por su brioche los días del señor; va a por su cruasán con chocolate los días de gaupasa al obrador... es como la comida de mama, que no hay ninguna como ella, ya que has sido educado comiendo esa misma comida, por lo que, al igual que tu socialización, madre hay solo una. Pues Irun tiene una sola madre: Aguirre.

A pesar de la seriedad y trato a la “época franquista” que las imponentes trabajadoras (esta vez sí, aquí no hay ningún ser con chilibito en la boca y entre las piernas, nunca, pero nunca nunca) brindan, a todo ser humano, sea joven, sea mayor, sea anciano, va a por su ración de dulzura ciudadana para sentirse más integrado en la villa, para ser parte de la “gran familia” irunesa. Son trabajadoras reproductoras, la síntesis del trabajo productivo y reproductivo. Son “amatxus” pagadas y uniformadas. Es la prostitución de la madre, la madre pública (es más, es de los pocos lugares donde el hombre queda en lo privado, en el obrador, que creo que en este espacio solo hay hombres). Mayormente son las otras madres de Irun, las ancianas, las que pasan la tarde con su café y su cruasán en los destartalados sofás, complementando así el ambiente materno que lo compone y define. La madre es trabajadora y consumidora en el mismo espacio donde un papel definido por lo privado, se hace público, y no solo eso, se llega a sacralizar (porque todo lo que tiene que ver con la madre nos gusta sacralizarlo, así somos los humanos, curiosamente) al nivel de ser el símbolo matriarcal de esta ilustre ciudad del buen humor.  

fotoEl espacio, al igual que la casa de la “amatxu”, es vieja, clásica, recordando una vez más los episodios de “Cuéntame” (por no decir otra vez franquista): pintura roída y caída, cristaleras modernistas, sofás de cuero rotos y con unos muelles que retan la virginidad de toda irunesa (que no irunes), las sillas de tuvo de metal pintadas de negro que toda persona de bien tiene o tenía en su cocina, el suelo gastado de debajo del mostrador por el paso de cientos y cientos de hijas e hijos del Aguirre, el vientecillo que entra desde la destartalada ventana descascarillada pintada de blanco tantas veces que más que madera se podría decir que es puro esmalte, un cartel desgastado por el sol, ya casi ilegible del “V international odontology congress” (porque no, que para algo somos modernos en Irun, que ponemos carteles en ingles y todo)... todo esto compone el sueño erótico de todo hipster que le mole el vintage. Así somos las irunesas, austeras, ahorradoras y con gran ingenio, y sobre todo, humildes (a falta de abuela, tenemos el Aguirre!).

Este tipo de economía es la muestra de saber utilizar los recursos disponibles al tope, más conocida como economía del hogar, o economía del chicle. Es una empresa a la capitalista patriarcal, con ese toque del ahorre. Esto es todo un ejemplo contra la obsolescencia programada, las modas, los diseños, el consumismo estético y el destrozo ecológico que todo esto supone. ¿Para qué vas a echar un sofá con un boquete, si todavía sirve? Pues eso, ahí mismo se queda todo como estaba. Aguirre, a pesar de todo lo que vende, solo tiene tres locales: dos en Irun y uno en Ñoñostia. Muy al contrario de Ogitxu, Ogiberri y todas estas (rameras... jiji), Aguirre se mantuvo en su forma inicial, sin querer hacer grandes imperios, sino manteniendo lo local, cuidando siempre ante todo la casa. La verdad es que esto la hace un poco como los funcionarios, que a falta de zapatilla de la presión de la competencia de mercado, y eso de la tradición, hace que la repostería y bollería en si, seamos sinceros, de bastante que desear en Aguirre, pero como antes hemos dicho, la comida de la “amatxu”, es la comida de la “amatxu”.

Lo que a primera vista parece una destartalada pastelería, no es ni más ni menos que el icono matriarcal de toda una ciudad.

Gora Amatxu Aguirre!


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