El Akelarre de Santano

fotoPocas creaciones literarias han sabido brindar una mirada más lúcida, descarnada y vigente acerca del fundamento trágico de las ambiciones políticas que “Macbeth", la pieza teatral escrita por William Shakespeare. Al comienzo de la obra, en la primera escena del acto primero, comparece un trío de brujas que desempeñará un papel crucial en la trama, pues son ellas quienes, desde las sombras, mueven los hilos de la acción encendiendo las pasiones más bajas de algunos personajes, insuflando en ellos la sospecha de la traición e incitándoles a la perfidia y al crimen. En su primera aparición, justo antes de ir al encuentro con Macbeth, que entonces es considerado aún como un noble fiel al rey Duncan que ha luchado con valentía contra el rebelde Macdonwald, el trío de brujas pronuncia una frase que, pese a su brevedad, encierra una de las claves de la obra.

Esa sentencia puede traducirse como “Lo bueno es malo, y lo malo es bueno” o incluso como “Lo verdadero es falso, y lo falso es verdadero” (Fair is Foul and Foul is Fair). Con algunas variantes, será pronunciada en otras ocasiones a lo largo de la tragedia y, a mi entender, por medio de ella, Shakespeare quiso subrayar no sólo el permanente juego de engaños y trampantojos, de mentiras y falsas verdades, alrededor del cual gira toda la obra, anticipando así las terribles confusiones que padecerán sus desdichados protagonistas, sino, de un modo más esencial, la lógica misma de la corrupción política. A través de esa invocación, el trío de hechiceras pone el mundo del revés, invierte por completo el valor de los valores, siembra el desconcierto entre apariencia y realidad, quiebra una norma elemental de la razón acerca de la condición original, tautológica, de las cosas: lo verdadero es verdadero, y lo falso es falso. Basta echar una mirada distraída a cualquier periódico para saber hasta qué punto la sentencia de las brujas refleja con precisión una tendencia inscrita con vigor y tenacidad en nuestra cotidianidad política. Y, desde luego, no es necesario irse lejos para confirmar la veracidad de esa intuición.

Si la sentencia expresada por las brujas de Macbeth supone dinamitar la distancia nítida que en condiciones óptimas separa a lo verdadero de lo falso y, así, cubrir el mundo con un manto hecho de mentira y maraña, sería posible plantear una versión formalmente equivalente de esa invocación afirmando, por ejemplo, que lo público es privado, y lo privado, público. Pues, bien, eso es precisamente lo que caracteriza a la acción política de nuestro admirado alcalde, José Antonio Santano, y de su equipo de gobierno municipal. Gran parte de su actividad profesional ha estado dedicada en los últimos años a diseminar y concretar en Irun la vocación de ese conjuro maligno. Ya evoqué anteriormente lo sucedido con el mal llamado “centro cívico” de Palmera-Montero. Aquello que, por definición, debía entenderse como un espacio exclusivamente diseñado para el disfrute de las ciudadanas en tanto que tales, y no como meras consumidoras, se ha convertido, en manos de nuestro regidor "socialista", en un edificio que alberga sobre todo iniciativas privadas (garajes en venta, supermercado, superficies comerciales, universidad privada). Así, el espacio de uso público previsto al comienzo del proyecto, y por el cual se destinó una cantidad no desdeñable de nuestros impuestos, ha ido menguando hasta ocupar un porcentaje marginal, supeditado por completo a las iniciativas privadas. Pero, aunque suficientemente grave y escandaloso, para nuestra desgracia no es ese el peor de los casos.

El akelarre de Santano ha extendido esa lógica perversa a la gestión de asuntos cruciales de nuestra ciudad. Decidió invertir, como si el Ayuntamiento fuera una S.A., una cantidad de recursos públicos ingentes en la construcción de varios aparcamientos subterráneos en aras de solucionar, en sus palabras, el grave problema de estacionamiento de nuestra ciudad. El mantenimiento y la gestión de las plazas abiertas al estacionamiento provisional de esos espacios bajo tierra está, cómo no, en manos de una empresa privada. Lo mismo sucede con la explotación de las llamadas zonas azules. El problema es que esa inversión en aparcamientos subterráneos no se ha mostrado todo lo brillante que las privilegiadas mentes de nuestros gobernantes esperaban y que, al parecer, tampoco el negocio de las empresas privadas que explotan esos espacios es suficientemente lucrativo. Eso explicaría algunas recientes actuaciones en materia de urbanismo de Santano y su equipo. Las obras realizadas en la calle San Marcial y en el parque Sargia, como el ensanchamiento de las aceras de la calle Francisco de Gainza todavía en curso, responden a la idea de suprimir espacios de estacionamiento al aire libre con la esperanza de que, así, poniendo más dificultades a las ya existentes para aparcar en la calle, logren vender algunas plazas de garaje más de las muchas que tienen aún disponibles. No digo que esas obras, con costes muy importantes, no nos traigan algún beneficio, pero si es así lo es accidentalmente (son, por retomar una expresión de moda, beneficios “colaterales”); el objetivo primero de esos fastos es, como he dicho, alentar un mayor uso de esos aparcamientos subterráneos entorpeciendo los gratuitos al aire libre (tenemos al frente del Consistorio a un bombero que pretende apagar un fuego prendiendo otros más grandes aún). Claro que, con ello, perjudican a la otra empresa privada que gestiona el estacionamiento de pago en la superficie, pues su zona de explotación también se ve reducida. Solución: ampliación de la zona OTA a otras calles y barrios de la ciudad a modo de compensación. Pondré un último ejemplo igualmente manifiesto: la glorieta situada en la plaza Juan Wollmer. Dicho espacio lleva nada menos que 14 años sin urbanizar pese a que, si una no anda equivocada (aunque tampoco esto es lo relevante), la empresa que edificó las viviendas allí se comprometió en su día a construir en esa glorieta una zona ajardinada con un pequeño estanque. Durante ese tiempo, y ante los problemas de estacionamiento, el Ayuntamiento habilitó un aparcamiento provisional (chapucero y descuidado, por cierto). No obstante, dado que ahora tenemos muy cerca los aparcamientos privados explotados por la empresa constructora del “centro cívico”, que tampoco cubre sus expectativas de negocio, nuestro querido Santano ha decidido desmontarlo y retomar el proyecto inicial pagándolo de nuestros bolsillos. Qué casualidad. Adivinen quién sale perdiendo siempre en este juego.

Como la cosa va hoy de brujas, y la que escribe estas líneas tiene bastante de eso, me permitiré sacar la bola de cristal y hacer una predicción: ¿qué se apuestan ustedes a que detrás de la construcción reciente del ascensor-funicular para el polideportivo Artaleku (una demanda básica que, por cierto, llevaba décadas siendo desdeñada por nuestros dirigentes), con un coste de más de un millón de euros, hay un plan (que quizás no se concrete) para edificar, sobre el pequeño jardín elevado situado entre los dos niveles, un espacio privatizado?

Ya lo ven, para Santano y sus retoños, lo público es privado, y lo privado, público. La próxima vez que se crucen a ese adalid (ahora también destapador de bulos en sus ratos libres) con su aspecto de niño que no ha roto un plato, con sus ademanes de abnegado trabajador al servicio de las irunesas, y vestido para misa de domingo pese a que sea miércoles, acuérdense del trío de hechiceras y de sus encantamientos para confundir realidad y apariencias…

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