Carta escrita por el preso político irundarra Francisco José Ramada Estevez "Bera" a su madre, recientemente fallecida
No pudimos despedirnos esta vez, hacía nueve meses que te había podido visitar en el geriátrico. Pero no en esta ocasión, a pesar de que hacía quince días que me había dado el juez permiso para visitarte. Habría podido despedirme, pero no fue posible. Sé que me estuviste esperando hasta el último momento, hasta que se apagó el último soplo de tu vida. Sabes que cuando me dieron la noticia las lágrimas me inundaron, no por debilidad, sino que fueron lágrimas de rabia, pero también de orgullo por ser hijo de este hermoso pueblo. Porque a pesar de la política vengativa, cruel y arbitraria que me impidió recibir tus últimos besos, amigos de Ataun como Martxel, Patxi, Karmele, Xabi, y de Irun como Alberto, Mattin, Manolo o Fernando, o los de tu comunidad religiosa como Javier, que ha sido como uno más de la familia, y muchos amigos y amigas más pudieron darte el último adiós de mi parte, con sones de txistu y guitarras de tu comunidad religiosa que entonaron el «Agur Jaunak», cuyas notas sonaban en mí cuando me llevaron de traslado esposado en una furgoneta recorriendo las carreteras de España. Un día emprenderemos ese camino de regreso con el fin de la dispersión que nos aleja cruelmente de nuestros seres queridos, será como tú deseabas cuando en las últimas elecciones votaste a Bildu para que nos trajeran a todos a casa.
El calor que me transmitieron decenas de amigos y amigas de Ataun e Irun a la puerta de la iglesia del Juncal de Irun, con gritos de apoyo que me emocionaron, fue reconfortante. También en la sacristía, cuando pude estar con mi hermana Mari Mar y mis sobrinos después de tantos años. Como también abrazar a muchos amigos y amigas que no veía desde hace muchos años, tantos que hubo algunos a los que no reconocí, por lo que pido que me disculpen. Y en todo momento, inseparable con mi incansable y amada compañera Mila, que aunque esté en casa, sigue presa. No nos separamos ni un minuto, en todo momento juntos e incluso en la misa, con su amor me consoló en aquellos momentos difíciles para mí. En fin, que te has ido con el calor de un pueblo al que un día viniste del campo de Zamora en busca de oportunidades y aprendiste a amarlo. A pesar de las dificultades de la vida, nunca perdiste tu optimismo, de tu precaria salud hiciste esfuerzos sobrehumanos para visitarme en Granada o Castellón porque querías tenerme contigo. A pesar de tus esfuerzos, me encontraba siempre con tu risa y el brillo de tus ojos. Por que en ti rebosaban las ganas de vivir. Es así que has luchado hasta el último momento por la vida. Ahora descansas acariciada por el viento del Cantábrico que se cuela transmitiéndote mis besos. ¿Sabes, ama? Más pronto que tarde pisaremos las calles de nuestra patria liberada, ese día te llevaré flores y hablaremos.
En estas noches frías, en mi celda me acompañan los recuerdos de mi niñez en Bera, la imagen de Aiako Harria desde el balcón de la casa en Ilekueta y los susurros de la regata de Altzate que me traen tu voz para aliviar tu falta.
Bueno, ama, me despido así, por carta, porque no nos han dejado de otra manera. Sé que pronto te podré visitar y llevarte las primeras flores de cada primavera. Hasta ese día.
Eskerrik asko Irungo eta Ataungo lagunei.
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