Plantemos arboles recuperemos la vida

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Las personas humanas al igual que las plantas y otros animales, no nacimos en la tierra, sino de la tierra. y ésta está tan viva como lo estamos nosotras. La composición esencial de los seres vivos es la misma que la de la tierra. Toda la vida que en ella se genera interactúa y se transforma dando paso a nuevas formas de vida, respetando así los ciclos naturales. La vida es en sí fuente de vida. La tierra somos nosotras, nosotras es la tierra. Las personas, además de ecodependientes, somos interdependientes.

Desde el Neolítico hasta el siglo XX la mayoría de los pueblos y comunidades han desarrollado actividades respetuosas con los ciclos creadores de la vida. De aquí en adelante, sin embargo, la expansiva  urbano- agro- industrial creada por el capitalismo está amenazando seriamente la continuidad de la vida. El clima,  los componentes y características de ríos, mares y océanos, la riqueza de la biodiversidad, los territorios y los paisajes  están siendo ptofundamente alterados. A peor, claro. Nuestro irracional sistema de producción y consumo va dejando su huella irreversible en el entorno geomorfológico. Vivimos en la era del Antropoceno. Los ciclos de la vida no se cierran y el volumen de residuos es tal que ha superado la capacidad de los sumideros naturales de absorberlos. El crecimiento económico indefinido ha chocado con los límites de la tierra.

La maquinaria urbano- agro-industrial se plasma en las infraestructuras gigantescas que condicionan nuestro modo de vida. Ellas lo ocupan todo  y niegan el derecho a la soberanía alimentaria a quienes vivimos aquí y también a las comunidades más lejanas. Aquí, grandes superfícies comerciales; allí monocultivos. Aquí envoltorios plastificados; allá islas de plástico. Aquí, autovías  y autopistas; allá extracción de minerales en minas gigantescas para la construcción de camiones y coches. Aquí el uso forzado o compulsivo del auto; allá además de guerras, ríos, acuíferos y campos de cultivo envenenados por la extracción de petróleo. Aquí, agro combustible para alimentar motores; allá personas desaparecidas, toryuradas y asesinadas. Aquí, calabacín y berenjena en invierno; akká poblaciones intoxicadas por el uso de pesticidas. Aquí, ropa barata; allá mujeres esclavas cosiendo ropa arriesgando su vida y a veces perdiéndola. Aquí, pescado de Senegal; allá, pateras de pescadores pequeños intentando cruzar el Estrecho.

Aquí y allá el tsunami metropolitano impulsado por empresas multinacionales y locales aliadas de la clase dirigente   obligan a la mayoría de la población a comer alimentos que perjudican la salud de las personas  y aceleran el cambio climático. Aquí y allá la incesante ocupación del territorio  del sistema urbano- agro industrial nos impide la soberanía alimentaria.

Las Directrices de Ordenación Territorial diseñan el modelo económico y social a través  de la expansión indefinida de infraestructuras energéticas, turísticas y de transporte.   A pesar de que muchas voces críticas exigen un giro radical en su planteamiento, los dirigentes tecnócratas hacen oídos sordos y siguen cementando los escasos  bosques y valles fértiles que quedan. La apuesta desafiante de la clase dirigente  a favor del crecimiento económico nos impide cultivar los alimentos que necesitamos. Consumir alimento que viajan miles de kilómetros empeora las condiciones de vida aquí y allá. Ek Tren de Alta Velocidad ylas torres de muy alta tensión que abastecen de energía al anterior, así como la metropolización en general nos alejan de la natutaleza y nos ocultan la dependencia que tenemos de ríos, bosques y mares limpios. Huímos de la dependencia con la naturaleza pero nos hacemos tecnodependientes en la huída.  

La vida se cuela  a través de las rendijas de la megamáquina gracias a los trabajos invisibles de cuidados que millones de mujeres realizan gratuitamente. El capitalismo se sirve de estos trabajos silenciados para acumular beneficios económicos en muy pocas manos. La naturaleza también ofrece interacciones intangibles sin los cuales la vida no sucedería: fotosínteis, polinización, regulación del clima, depuración del agua y del viento, regeneración y formación de los suelos y generación de biodiversidad. El androcentrismo no valora estos trabajos de los que incesantemente se sirve y destruye la tierra, el hábitat natural en el que tienen lugar.
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La vida ha de recuperar su centralidad para que la soberanía alimentaria sea un hecho. Para que cada pueblo y comunidad haga efectivo su derecho a producir los alimentos necesarios para su supervivencia, hemos de buscar un sistema de producción y consumo que respete los ciclos naturales. Cuidemos  los ríos, montes, valles, mares y bosques de aquí y de allá como el bien común de valor incalculable que son. Démosle a los cuidados la centralidad que les corrresponde, y saquemos a la luz para valorar como es debido el trabajo realizado por las mujeres.

Los árboles, los bosques y las  selvas son  sumideros naturales de CO2 y de otro tipo de gases que provocan el calentamiento global. Son además la mejor solución contra la desertificación. Miles de árboles desaparecen para la construcción de grandes infraestructuras como el TAV. Otra muestra más de la chulería e ignorancia de la clase dirigente tecnócrata. Revirtamos el proceso. Plantemos árboles allá donde los han hecho desaparecer. La naturaleza es nuestra responsabilidad, no es una atadura, sino garantía de soberanía. 

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