Como gran éxito de coordinación institucional entre las Diputaciones y el Gobierno Vasco nos acaban de anunciar la “Estrategia vasca para la recuperación de bosques de coníferas”, como si todavía no supiéramos que los únicos bosques de coníferas que tenemos en Euskadi son los pinares alaveses de silvestre y el pinar de Dueñas, éste de pino carrasco.
Este equívoco se explica cuando nos dicen que es fruto del trabajo desarrollado por las instituciones vascas con un grupo asesor en el que cuentan con representantes del sector. Por lo que se ve no conocen ningún ‘sector’ más que pudiera estar interesado en el porvenir que quieren imponer a más de la cuarta parte del territorio que ocupan las plantaciones forestales en Euskadi. Y luego van presumiendo de transparencia y de fomentar la participación ciudadana.
Parecido al descaro de sostener que estas plantaciones favorecen la biodiversidad y que nos cuenten que hoy 20.000 puestos de trabajo dependen del sector o que representa el 1,5% del PIB vasco, cuando la venta anual de madera que producen en toda la Comunidad Autónoma no llega a los 40 millones de € de media en los últimos 10 años. Incluir sierras, papeleras, fábricas de muebles y otras industrias para hinchar las estadísticas es hacer trampa. O es que nadie ve la fila de camiones cargados de madera de otras Comunidades que a diario van a descargar a la papelera de Hernani?
Pero lo que más inquieta esta vez a los que sí nos importa nuestro país es la pretensión de fumigar los pinares con óxido cuproso. Salvo en casos especiales, los tratamientos aéreos de fitosanitarios están prohibidos en la Unión Europea debido a su peligrosidad e imposibilidad de controlar lo que se esparce por el aire a esas velocidades. Además, la respiración del óxido cuproso es tóxica y su contacto, irritante para la piel y los bronquios. Es también altamente tóxico para la fauna acuática, por lo que la propia administración exige respetar en los tratamientos una banda de seguridad de 50 m en ríos y arroyos.
¿Nos explicarán nuestros representantes cómo nos van a asegurar que la fumigación de 124.000 Ha de nuestros montes no va a envenenar nuestros ríos o el agua que bebemos? ¿Prohibirán el acceso a las zonas de fumigación para evitar que nos envenenemos por contacto o al respirar ese aire? ¿Aparte de otras polémicas sobre el futuro de nuestros montes, de verdad se han parado a pensar si merece la pena hacernos correr estos riesgos?
Naturkon, octubre de 2018
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