¡Todo el poder a los soviets!

Si una consigna fue clave en aquellos turbulentos meses de 1917 fue ésta. Ante la participación de la socialdemocracia, junto a liberales y aristócratas, en el gobierno provisional constituido tras la abdicación del zar Nicolás II en marzo (febrero según el calendario juliano imperante entonces en Rusia), y ante las posturas conciliadoras con el gobierno entre sectores de la dirigencia bolchevique, los postulados formulados por Lenin en sus Tesis de abril resultaron claves para clarificar el rumbo a tomar por los/as bolcheviques (sector mayoritario dentro del por entonces denominado Partido socialdemócrata de Rusia, posteriormente Partido Comunista) y posibilitar, meses después, la toma del poder en Petrogrado.

Este 6-7 de noviembre (24-25 de octubre en el calendario juliano) se cumplen 100 años de la Revolución soviética. Sin lugar a dudas, dicha revolución constituyó el triunfo más determinante en la historia de la clase obrera mundial. Aquella revolución, la derrota de la burguesía y la aristocracia, el empoderamiento obrero y su consolidación tras vencer en la guerra de 1918-1921 a la reacción apoyada por las potencias imperialistas (EEUU, Japón, Estado francés, Reino Unido…) supuso, en gran medida, la materialización de las ideas marxistas que, como los propios Marx y Engels indicasen, no constituyen un dogma sino una guía para la acción. Tras la efímera victoria popular en la Comuna de París de 1871, la Revolución soviética permitió avances en el camino hacia una sociedad sin clases, así como plantear de una forma práctica la construcción del estado socialista necesario para transitar del capitalismo (con rasgos feudales en el caso ruso) al comunismo, algo ya teorizado en buena medida por Lenin en su obra El Estado y la revolución.

Sin entrar en la deriva posterior de la URSS y sus determinantes internos (estalinismo, burocratismo…) y externos (agresiones imperialistas -con su cénit en la invasión nazi de la 2ª Guerra mundial-, derrota de otras posibles revoluciones socialistas en Europa…), la Revolución soviética mostró a los demás pueblos del mundo que era posible que las clases explotadas tomasen el poder y comenzasen a construir una sociedad igualitaria y sin amos. Aquella revolución y el Estado que surgió de la misma puso en cuestión el (des)orden capitalista y, tras la sacrificada victoria sobre el imperialismo nazi, la URSS se convirtió en una potencia mundial en todas las esferas que trató de tú a tú al imperialismo yanqui. Es necesario por ello recuperar la memoria de aquella lucha, estudiarla (tanto los aciertos como los errores) y reivindicarla. Más en este aniversario en el que los medios de desinformación del sistema intentarán caricaturizar aquellos hechos, simplificarlos y, sobre todo, presentarlos como algo del pasado, algo superado, algo que ya no puede ni podrá tener lugar en un mundo donde no hay alternativa al capitalismo. Pretenderán reducir el legado de Lenin a comentarios vacuos sobre la exhibición de su cadáver embalsamado en la Plaza roja de Moscú, intentando enterrar sus aportes teóricos y los de otros/as dirigentes revolucionarios/as, así como la lucha de miles de obreros/as y campesinos/as.

Sin embargo, la tozuda realidad reafirma la vigencia de sus ideas y la necesidad de cambio. La desaparición de la URSS y la hegemonía mundial indiscutible del capitalismo ¿ha resuelto acaso los graves problemas de la humanidad? La división de la sociedad en clases, las mayorías desposeídas y explotadas por una minoría propietaria de los medios de producción, la progresiva concentración del capital en cada vez menos manos (ya descrita por Lenin en su obra El imperialismo fase superior del capitalismo), la pervivencia de monarquías parásitas, la miseria, el hambre, la guerra que sigue diezmando poblaciones… muestran un escenario no muy diferente al de hace un siglo.

La Revolución soviética dejó valiosas lecciones que, enriquecidas por otros muchos procesos desarrollados a lo largo del siglo XX y en la actualidad, deben ser recordadas y consideradas. Por señalar sólo algunas de ellas, aquella revolución mostró la importancia de construir un poder paralelo (los soviets de obreros, campesinos y soldados) capaz de tomar el poder y embrión del futuro Estado socialista. Mostró lo imprescindible de formar y organizar a las masas trabajadoras mientras llega la crisis del Estado que permita dar el salto a la toma del poder, así como de disponer de una estrategia para hacerlo y poder consolidarlo, evitando lo que en la Historia ha ocurrido con tantas rebeliones, que se quedaron en eso, en rebeliones, sin llegar a revoluciones capaces de construir un nuevo orden. La Revolución soviética confirmó la necesidad de derribar el viejo Estado y construir uno nuevo sin caer en el mantenimiento y utilización de unas estructuras diseñadas precisamente para someter a las mayorías por parte de la burguesía, así como de que la violencia organizada resida en el pueblo y no en unas fuerzas especiales de represión (policía y ejército) situadas fuera y por encima de él.

Uno de los principales aportes de Lenin fue, sin duda, la reiteración de la necesidad de romper con la ingenuidad de un acuerdo interclasista que mantenga la ilusión de una imposible paz social duradera. En definitiva, la imposibilidad de conciliar clases con intereses contrapuestos. No en vano, una de las memorables frases que Lenin nos dejó fue ésta: “Los hombres (y mujeres) han sido siempre, en política, víctimas necias del engaño ajeno y propio, y lo seguirán siendo mientras no aprendan a descubrir detrás de todas las frases, declaraciones y promesas morales, religiosas, políticas y sociales, los intereses de una u otra clase”. La consiguiente imprescindible desconfianza hacia la burguesía y los sectores serviles de la socialdemocracia fue una de las claves que permitió que se hiciese realidad aquel imborrable “Todo el poder a los soviets”.

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